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Robert E. Howard
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24/01/1906 - 11/06/1936
30 años
Nació
Peaster, Texas (Estados Unidos)
Falleció
Cross Plains, Texas (Estados Unidos)
Categoría
Arte
Causa
Suicidio
Biografía
Nació en Peaster,[1] Texas (Estados Unidos), hijo de Isaac Mordecai Howard y Hester Jane Ervin Howard. Su familia vivió en varios lugares del sur, este y oeste de Texas, además del oeste de Oklahoma, antes de asentarse en pleno centro del estado, en Cross Plains (1919). Muy enfermizo, se transformó en adicto al gimnasio y llegó a ser un joven fornido y apuesto, pero solitario, introvertido y huraño, de forma que apenas tuvo amigos, salvo los epistolares que hizo entre los escritores del círculo de Howard P. Lovecraft, con quien empezó a cartearse a principios de los treinta. Los temas que le interesaban y que se muestran en este epistolario son, sobre todo, los conflictos entre civilización y barbarie (con una preferencia nietzscheana por esta última), las teorías geológicas e históricas, la decadencia de las razas y la eugenesia. Desde 1923 empezó a sentir fuertes depresiones y tuvo varios intentos de suicidio. Su madre, que se llevaba muy mal con su padre, fue con él sobreprotectora y la relación entre ellos se hizo tan estrecha que, cuando su madre quedó en coma irreversible, el escritor, a sus treinta años, prefirió suicidarse de un tiro.
Consagraba su tiempo a la lectura de libros de historia y llegó a acumular una erudición notable; empezó a escribir con quince años y a los dieciocho vendió su primer relato, La lanza y la espada (diciembre de 1932), a la revista de ficción popular y papel barato (pulp) Weird Tales, lugar donde se publicó la mayor parte de su obra. En 1934 ya era el principal autor de la revista, en diez de cuyos doce números publicó, llevándose la portada en cuatro ocasiones; con este éxito se hizo una novia, Novalyne Price, una maestra de Cross Plains, a pesar de la oposición de sus padres y empezó a hacer más realistas sus historias; pero en 1935 su novia le dejó por uno de sus escasos amigos y el editor de Weird Tales, que le debía 800 dólares, rechazó uno de sus relatos; su madre enfermó de tuberculosis y empezaron los problemas económicos no sólo para él, sino para todo el país, postrado en medio de la Gran Depresión; entonces escribió el que consideraba su mejor relato, Clavos rojos, donde la barbarie desaparece y la civilización se destruye a sí misma en un relato protagonizado por Conan, a quien se disputan la pirata Valeria y la bruja Tascela en medio de una guerra civil que enfrenta a dos hermanos, presunta alegoría de la relación entre Howard, Novalyne Price, el amigo traidor y los padres del escritor. La crítica coincide en considerar este relato y Más allá del río Negro como las mejores historias de Conan.
En estas revistas pulp, de precio asequible, Howard creó una pléyade de héroes de la narrativa de ficción, casi siempre bárbaros que llegaban a ser reyes como Kull de Atlantis o Conan el Cimmerio; Solomon Kane, un puritano inglés armado con un talismán vudú; aventureros pictos y celtas en la Britania romana; el boxeador Steve Costigan; novelas del oeste estadounidense y un sinfín de géneros, incluido el erótico, que lo avergonzaba. El espacio en que se mueven estos personajes en realidad es un trasunto de las tierras fronterizas de Texas.
Su personaje más importante fue Conan, que el público descubrió en el relato El fénix en la espada, publicado por primera vez en diciembre de 1932. Fue probablemente para este personaje para quien Howard escribió sus mejores páginas:
Existe la vida más allá de la muerte; yo lo sé, y también sé esto, Conan de Cimmeria -dijo Bêlit, poniéndose ágilmente de pie y estrechándole con un abrazo de pantera-: ¡Sé que mi amor es más fuerte que la muerte! Me has estrechado en tus brazos, jadeando con la violencia de nuestro amor; me has cogido y estrujado y me has conquistado, atrayéndome el alma a tus labios con la violencia de tus hirientes besos. ¡Mi corazón está soldado al tuyo; mi alma es parte de tu alma! ¡Si yo muero y tú tuvieras que luchar por tu vida, yo volvería del abismo para ayudarte; sí, lo haría tanto si mi espíritu flotara bajo las velas purpúreas del mar cristalino del paraíso, como si se retorciese entre las llamas del infierno! ¡Soy tuya, y ni los dioses ni la eternidad podrán separarnos!
La reina de la Costa Negra, traducción de Beatriz Oberländer, timunmas, 2005.
La barbarie es el estado natural de la humanidad [...] La civilización, en cambio, es artificial, es un capricho de los tiempos. La barbarie ha de triunfar siempre al final.
Más allá del río Negro, traducción de Fernando Corripio, Editorial Bruguera, 1973.
Extraído de
Wikipedia
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